domingo, 20 de octubre de 2013

Leia


Había gastado todos sus ahorros en este viaje y solo iba a moverse en unos cuantos metros a la redonda. Claro que lo que era caro no era la distancia, si no el tiempo. Por eso Leia había gastado todos sus ahorros. Necesitaba cambiar algo que no era posible cambiar, por lo menos directamente. Ella sabia las reglas. Nada de hablar, dejar mensajes o avisar sobre cualquier dato futuro. Por eso pensaba “influir delicadamente”. Eso se repetía mientras apretaba contra el pecho la pequeña chapa con su nombre escrito.
La fecha exacta la sabía. Era el 19 de Octubre, un día antes de la celebración del día de la madre. La había sacado de un registro de un amigo de su padre. Ese día habían ido a filmar un trabajo práctico para la facultad de cine. Este amigo tenía un registro detallado de todos los días de filmación. En realidad él no, pero sus fanáticos eran un poco obsesivos y otro poco meticulosos con respecto a su vida y su obra. Por eso sabia la fecha.  De alguna manera las películas siempre estuvieron presentes en su vida. Su nombre, o el que todavía era su nombre era una prueba de ello. Se fijó en su TUIP*y el nombre era el mismo y la foto era la misma: ella con un par de años menos y dos rodetes a los costados que a esta altura ya no le parecían ridículos. No sabía que en el futuro los iba a extrañar.
El plan era simple, pasar por una esquina por donde su padre o futuro padre iba a pasar unos segundos después, dejar la chapa con su nombre en el piso y seguir caminando. Su padre entonces, pasaría por ahí y levantaría la chapa. ¿Porqué estaba segura que su padre levantaría la chapa con forma de hueso con su nombre? Porque su padre, desde que ella tiene memoria, camina mirando para todos lados, pero con especial atención al piso. Quizás es un acto reflejo por haber nacido en Bariloche, donde las veredas empinadas te obligan a estar atento, quizás sea otra cosa. Pero era seguro que la iba a encontrar. Y la iba a guardar porque estaba su nombre en ella. “mi nombre”, pensó Leia “por ahora”. Entonces llevaría esa chapita a su casa, se la mostraría a su mujer, mi madre o mi futura madre para ser más precisos. Y entonces decidiría ponerle ese nombre, mi nombre  o mi futuro nombre a un perro. O una perra para ser más precisos. Y entonces deberán ponerse a pensar un nombre, otro nombre, para mí. El plan perfecto.
El viaje fue sin complicaciones, llegue temprano a la esquina. Raspé un poco la chapa contra el asfalto de la calle, no quería que se note que era nueva, pero quería que el nombre quede legible. Faltaba poco para la hora señalada, y hacía mucho calor. A lo lejos los vi. Eran tres. “El de la derecha es mi padre” pensé. Y era. Dejé la chapa en la esquina. Y me fui. . Los vi pasar, lo vi a mi padre levantar la chapa, mostrársela a su amigo y guardarla en el bolsillo izquierdo de su pantalón. Me hubiese encantado quedarme pero no podía. Había reglas. Y Ya tenía bastantes problemas como para agregar uno más. Además no tenía mucho tiempo.  Pasé por un quiosco a comprar dos alfajores, los pague con un billete que encontré adentro de un libro de mi padre. Me dieron vuelto y todo. “Ya no los hacen así” dije pero el quiosquero creo que no entendió. Pero es la verdad. Entré en la agencia de viajes y me acomodé.  Me senté, apreté fuerte mi TUIP en una mano y la bolsa con los alfajores en la otra.  Escuché un zumbido  que me hizo ver las estrellas y volví. Salí de la agencia y caminé hasta la plaza subterránea más cerca, me senté en uno de los bancos, abrí un alfajor, le di un mordisco y miré la foto en mi TUIP. El pelo largo, sedoso, logrado por algún shampoo mágico o el Photoshop estándar. Y al lado mi nuevo nombre, que no era nuevo, porque yo siempre me llamé así.




*Tarjeta Única de Identificación Personal

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