domingo, 20 de julio de 2014

Como un sol


La amistad es como el sol, aun cuando un amigo está lejos podemos sentir su influencia. No estoy hablando de 149.600.000 kilómetros, pero tal vez la distancia entre Buenos Aires y Colombia. O de Buenos Aires y el pueblo de Las Heras en Santa Cruz. O tal vez solo los 150 kilómetros que separan la capital de Baradero. Es como el sol porque es lo que a veces nos hace levantarnos. O lo que hace que un mal día se un mejor día. O un buen día sea un día aun mejor.
Tengo un amigo que es como el Sol, está siempre aunque no lo veamos.
Tengo un amigo que es como el Sol, siempre da vueltas y nunca llega a ningún lado.
Tengo un amigo que es como el Sol, le gusta estar siempre cerca de las nubes.
Tengo un amigo que es como el Sol, sale todos los días.
Tengo un amigo que es como el Sol, no se sabe que hace a la noche.
Tengo un amigo que es como el Sol, pero se cree que es una estrella.
Tengo  amigas que son como el Sol, esperan que pase el invierno para irse de vacaciones a la playa.
Tengo una amiga que es como el Sol, brilla con luz propia entre tanta oscuridad.
Tengo un amigo que es como el Sol, hace crecer lo que es importante.
Tengo un amigo que es como el Sol, todo gira en torno a él.
Tengo un amigo que es como el Sol, hace de este planeta un lugar mejor.
Mis amigos son como el Sol, con todo lo bueno que implica. Pero mis amigos también son el hijo de puta que entra por la ventana un domingo a la mañana para despertarte y vos tenés resaca y no querés levantarte. Pero igual no les importa nada, te despiertan. Como un Sol.



miércoles, 25 de junio de 2014

El Corsario Anfibio


El primer libro que leí, me lo leyeron. Nos lo leyó mi padre, a mis hermanos  y a mí, durante varias noches, capítulo por capítulo. Casi como un folletín. El libro en cuestión era “el Corsario Negro” de Emilio Salgari, un salto cualitativo y cuantitativo importante si consideramos las lecturas iniciales de cualquier niño, en nuestro caso los cuentos de El pajarito remendado o alguno de María Elena Walsh. El Corsario Negro tenía párrafos interminables de descripciones de vegetaciones ecuatoriales increíbles por las que los personajes atravesaban lentamente.  La edición era de la vieja colección Robin Hood de mi madre, o de mis tíos. No tenía tapa y las hojas eran amarillentas.  De todos los de la misma colección y de la colección Kapelusz,  era el que peor se encontraba. Y no sé de quién fue la idea de leer justamente el Corsario Negro, pero de alguna manera estaba escrito.
En esa época, la década del ´90, vivíamos en el campo a casi 200 kilómetros de la capital y a 1000 metros del poste más cercano de electricidad. Para mí El Corsario Negro va a tener siempre un poco de olor al kerosén quemándose en el farol.  Con esa luz y con su barba negra,  mi padre leía todas las noches un fragmento de las aventuras del señor de Ventimiglia y sus fieles marinos.  Mientras me dormía escuchando esas  historias soñaba con que quería ser pirata. Lo más cerca que estuve de tener un barco fue cuando me regalaron uno de juguete.
Mi Padre nos seguía leyendo por las noches las historias de barcos que dejaban una estela blanca en los mares y de día estaba arriba del tractor, haciendo surcos, seguido por bandadas de pájaros que buscaban alimento en la tierra revuelta.  Las borrascosas aguas del neoliberalismo  menemista no eran el mejor lugar para dedicarse a la producción agrícola mientras la paridad ficticia con el dólar permitía el “deme dos”  de algunos en Miami, tan cerca del Mar Caribe de Salgari. Pero eso era lo que había y era suficiente.
No vivíamos mal, pero  tampoco sobraba mucho. Por eso la idea de encontrar un tesoro, anhelo de todo pirata, estaba siempre presente. A mis oídos llegaron rumores sobre un alambrador que haciendo los pozos para colocar los postes había encontrado un tesoro, varias monedas de oro que me ilusionaron con que algo así, algo como lo que pasaba en los libros, podía pasarme a mí.
No me acuerdo si alguna vez mi padre terminó de leernos El Corsario Negro, para mi siguen todavía atravesando la selva de los primeros capítulos, pero ese fue el primer libro, libro en serio, del que tengo recuerdo. Después de ese vinieron muchos libros más, mudanzas, mi padre abandonó el tractor, cambio su barba negra por una gris, el país tuvo siete presidentes en una semana,  me fui a estudiar a capital, dejé de querer ser un pirata y miles de cosas más que pasaron en el medio. Ahora mi padre y yo seguimos leyendo, pero por separado. Pero creo que siempre nos va a unir esa lectura de El Corsario Negro.

domingo, 23 de marzo de 2014

Apuntes para el Manifiesto de Ranchapart Inc.


- En Ranchapart estamos convencidos que un hombre sólo no puede hacer nada.
- Es más probable que triunfe una buena idea mal ejecutada que una mala idea bien ejecutada.
-Karl Krause decía que ser periodista era no tener una idea y saber expresarla. Lo que intentamos hacer es tener una idea, en lo posible buena, y expresarla de la manera más fiel posible. Fiel no significa ni correcta, ni perfecta, ni prolija, ni profesional.
-No pretendemos cambiar el mundo. Pretendemos cambiar el mundo particular de todos los habitantes del planeta.
- Hay dos tipos de ideas. Las más comunes remiten a otra cosa casi directamente. Sus fuentes, intertextos o inspiraciones son evidentes, palpables, explicitas. Son las ideas que son difíciles de encontrar en Google. Las segundas ideas son originales, no remiten a nada ni a nadie.  Son creaciones en el sentido que le da Castoriadis, creación de significaciones nuevas. Son las que cuando buscas en Google aparece primero lo que vos hiciste porque nadie lo hizo antes.
- Lo que nos hace avanzar no son las distintas zanahorias que nos ponen delante si no los cuchillos que tenemos clavados en la espalda.
- Se aprende mucho más de la gente que no quiere enseñarnos nada.
- La curiosidad mata al gato, embaraza a la mujer y es muy productiva para crear nuevas ideas. No se puede avanzar sin la curiosidad de saber qué es lo que viene. Es como lo que dice Galeano sobre la utopía “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. No es una mala forma de encarar la vida.
- Dicen que el cerebro reacciona diferente ante la ingesta de cerveza y café. La cerveza estimula la creatividad y es buena para la generación de nuevas ideas. El café es lo que permite llevar a cabo esas ideas de forma eficiente. Lamentablemente solemos tomar más cerveza que café, por lo que las ideas por lo general quedan inconclusas o a medio hacer. No siempre. Tal vez conozcamos más gente que tome café y el equilibrio se restablezca.
- Un grupo de científicos israelíes de la Universidad de Tel Aviv reveló que la cerveza es menos dañina que el café para salud. Según comentaron, la primera bebida puede reducir la expectativa de vida mientras que la segunda alargarla.


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