La mejor pelea de box que vi en mi vida no fue por un campeonato del mundo.
Ni en el Luna Park. Ni siquiera estoy seguro quien fue el ganador. De lo que si
estoy seguro es que solo la vieron los 30 o 40 que estábamos esa noche en el
Club Rivadavia en Baradero. Y no, no se trasmitió por televisión.
A la pelea nos había invitado el
Manteca. El Manteca nos llevó las entradas, a Cartucho, al Negro y a mí, y se
aseguró que esa noche estemos ahí. En el Club Bernardino Rivadavia. Por lo que
yo sabía la única relación que el Manteca tenia con el boxeo era ver cada tanto
las trasmisiones por televisión, a veces alguno de los sábados que nos juntábamos
con los pibes en alguna casa. Eso y que hacía unas semanas había empezado a
practicar boxeo recreativo en el club. A la semana ya era el encargado de
organizar el evento. A las dos semanas era presidente de la comisión de Boxeo.
El día de la pelea ya era vicepresidente del club. Y creo que ya había abandonado
la práctica del boxeo. “es un entrenamiento muy exigente” me dijo cuando fuimos
a la estación de servicio a comprar dos bolsas gigantes de hielo.
La jornada pugilística se había organizado
entre dos o tres pueblos vecinos. Había representantes de Alsina, San Pedro,
Ramallo, Baradero y alguno más que no me acuerdo. Los representantes locales
hacia aproximadamente un mes que practicaban en el mismo galpón donde se iba a
llevar a cabo el combate. Llegamos temprano porque íbamos a ayudar al Manteca a
organizar todo, más que nada acomodar tablones, comprar cerveza, armar el ring y barrer un poco. Cuando se iba preparando la
primera pelea y la gente se acercaba al club compramos la primera cerveza de la
noche. Para evitar incidentes extra pugilísticos, el Manteca había comprado
unos vasos de un litro. Bien por él. Pero la cerveza la llevamos demasiado
tarde y no se había enfriado. Nada que unos hielos no puedan arreglar. Si,
hielo en la cerveza y aún así fue la mejor pelea que vi. Mientras tanto los
primeros boxeadores desfilaban por el ring. Cuando digo desfilaban quiero decir
peleaban y por el ring quiero decir los tablones que unas horas antes habíamos acomodado.
Eran la mayoría pibes que recién empezaban, casi ciegos por el protector (rojo
o azul según el caso) y con las manos pesadas por los guantes. A la tercera
cerveza la cosa se puso interesante.
¿Ese quién es? Preguntó Cartucho.
¿Ese? Señaló el Manteca Ese es el “Pode” Podestá. Mire para donde apuntaba el
dedo índice del Manteca. Ahí estaba un pibe flaco, acomodándose los guantes y
el protector. Cada guante tenía el mismo tamaño que su cabeza y debía pesar 30
kilos mojado. Ese era el “Pode” Podestá. Y estaba listo para subir al ring. Adentro del cuadrilátero lo esperaba un
representante de San Pedro. San Pedro queda al lado de Baradero y es a este
pueblo lo que Shelbyville a Springfield. Allá deben pensar lo mismo. Es decir
era el rival del pueblo rival. El clásico rival. La noche perfecta. Nosotros
cuatro sentados en la primera fila. “le tengo fe al “Pode”” dijo Cartucho. “¡Vamos
“Pode” Podestá!” Gritó el Negro. No era la primera cosa que gritaba el Negro en
la noche. La primera cosa, que no me acuerdo que era, casi provoca una pelea
que no tenía nada que ver con el boxeo y tenía que ver más con la cerveza, que
no llegó a llevarse a cabo. Por suerte. Creo que fue en la segunda cerveza.
Cuando llegó la cuarta cerveza,
ya sin hielo, sonó la campana y los boxeadores cruzaron un par de golpes. No me
pidan que hable de jabs, Uppercuts, swings o hooks. No me pidan porque no sé y
si supiera no me acuerdo mucho. Me acuerdo que “Pode” hacia lo que podía ante
los golpes del rival, que era más rápido, más bajo, más fornido y más técnico
que el representante de Baradero. Pero el “Pode” tenía algo, además de una
hinchada de cuatro personas en la primera fila. Algo difícil de explicar o
describir. Algo como la sonrisa de los que saben que tienen un as en la manga.
Algo como la mirada de los que saben el final de la película. Algo.
Cuando a la pelea le quedaba
poco el “Pode” recibió un golpe que lo tiró para atrás, no lo suficientemente
fuerte como para noquearlo, ni siquiera para tirarlo al piso. Pero fue fuerte y
los dos boxeadores lo sabían. Era un golpe que debería haber definido la pelea.
Pero no, porque el “Pode” hizo algo que los cuatro que estábamos en la primera
fila todavía recordamos. Y supongo que su rival de esa noche todavía recuerda. El
“Pode” todavía mareado por el golpe miró a su rival, hizo chocar sus guantes
entres sí y levantado los dos brazos le hizo un gesto totalmente impensado que
es entendido universalmente como “vení”. Hizo en la derrota lo que nadie hace,
ni en la victoria. Por eso debe ser que no me acuerdo como terminó la pelea.
Puede ser que el árbitro, si es que había árbitro, haya decidido que fue un
empate solo por ese gesto épico. Lo más probable es que cuando dijeron el
resultado estábamos los cuatro en la barra pidiendo una cerveza más. O tal vez
lo fuimos a acompañar al Manteca a comprar más hielo. No me acuerdo. Quizás estábamos
hablando de que nunca jamás íbamos a olvidarnos de esa pelea y el gesto final
del “Pode” Podestá.