El viernes a las 8 de la noche nos enteramos, el Pity y yo, de que un
atentado contra la democracia iba a ser llevado a cabo. Recién llagábamos al
pueblo donde votábamos el domingo siguiente. Nos enteramos casi por casualidad
del plan, y algo nos dijo que solo nosotros podíamos detener a los terroristas,
solo nosotros.
El plan era el siguiente:
pensaban impregnar algún tipo de papel con
un ácido que tarde cierto tiempo en reaccionar y la reacción podía ser una combustión
espontanea o que el mismo ácido desintegre todas las boletas electorales dentro
de la urna. El plan perfecto. Uno se ocupaba de la logística y el otro de
sintetizar el componente a utilizar. El encargado de la logística era un
anarquista conocido por haber participado en diversos atentados contra la
propiedad privada. En el cargado de los químicos era lo que ellos llaman “el
músculo”. Eso incluía fuerza, intimidación, armas y un poco de locura. Era
conocido también por su capacidad de resolver problemas y por descubrir como
funcionan todas las cosas. Aun cuando haya que desarmar esa cosa y nunca más
vuelva a funcionar. Por eso era la persona indicada para esta tarea.
Ellos ya tenían su plan. Y era
muy probable que funcionara. Nosotros conocíamos su plan, pero no teníamos pensado
como detenerlos. Y en la mañana del sábado faltaban solo veinticuatro horas
para las elecciones. Veinticuatro horas para que el plan se lleve a cabo. Y
solo sabíamos una cosa: que no había forma de detenerlos si ellos se enteraban
que nosotros queríamos detenerlos. Los anarquistas son el tipo de persona a los
que no se les puede decir “no tiene que hacer eso”, “hay reglas” o “esto no se
puede hacer”. Porque lo van a querer hacer aun más que antes. Son obstinados.
Nuestro plan no podía involucrar ningún intento de impedir sus acciones
directamente. Ni tampoco involucrar a la policía, ni secuestrarlos un par de días
ni esas cosas. Lo que necesitábamos era una distracción. Era llevarlos a un
estado en el que ellos decidieran no llevar a cabo el plano que no estén en
condiciones de llevar a cabo el plan.
Lo que necesitábamos ahora era
una pala, plata, una heladerita de esas de las de camping y un par de cañas de
pescar. La idea era la siguiente. Encontrar a los terroristas antes que puedan
hacer nada, antes que pongan en marcha su plan. Encontrarlos y entonces
invitarlos a pescar al río. Mostrarles las cañas para que vean que no mentimos.
Después darles la pala y decirle que vayan al fondo, al patio a cavar en busca
de lombrices. Eso los iba a descolocar un poco. Y además nadie puede pensar en
otra cosa cuando está buscando lombrices. Nosotros entonces íbamos a
intercambiar la plata en un supermercado por cerveza y algo que parezca comida
pero solo sea algo como para engañar a la cabeza pero no al estómago. Papas
fritas, bizcochos o esas cosas que parece que estas comiendo pero en realidad
no lo estás, seguís teniendo el estomago vacío y a la merced de la cerveza. Y
además compramos cerveza. ¿Ya lo dije, no? Bueno, compramos más.
El plan continuaba así.
Conseguimos una camioneta. Subimos la heladerita llena de cervezas, las cañas
de pescar y vamos a buscar a los terroristas con sus lombrices vivas, frescas y
dispuestas a sacrificarse por una causa mayor. Cuando tenemos todo en nuestro
poder ya deben ser las once de la
mañana. Faltan menos de 24 horas para las elecciones. Con todo cargado,
cervezas, terroristas, lombrices y cañas nos vamos para el rio. Lo importante
es elegir un lugar sin demasiada gente, sin árboles que puedan dar sombra y que
sea casi imposible sacar un pez del agua. Es decir en cualquier punto de la
costa del rio. Es necesario que no tenga árboles porque el sol potencia la
potencia de la cerveza. Y como se habrán dado cuenta nuestro plan para impedir
el plan de los terroristas es emborracharlos hasta que se den cuenta que ellos
no están en condiciones de llevar a cabo su plan. Por supuesto que no es tan
fácil. Nosotros no podemos no tomar, porque los terroristas se darían cuenta y volverían
a su plan original. De alguna manera nosotros, como las lombrices, debíamos inmolarnos
por la causa. Pero bueno, es la democracia.
Entonces estábamos en la costa,
las lombrices encarnadas, las cervezas frías y todo marcha bien. Hay mucho sol,
poco pique y bastante sed. La comida cumple a la perfección su papel, engaña a
la cabeza pero no al estómago. La conversación es trivial, nada acerca del
país, las elecciones, libros o cosas que
los hagan pensar en su plan original. Los terroristas no saben que de a poco están
dejando de lado su plan, que sus ideas de revolución están siendo poco a poco
ahogadas en cerveza, ya no tan fría y promesas falsas de pescados de rio.
Ningún pez decide probar la carnada. Solo los terroristas por ahora. El
problema es que la cerveza se está acabando y no sabemos si es suficiente,
suficiente como para abandonar un plan en contra del a democracia. Necesitamos
hacer algo. Improvisar. Llamamos por teléfono
a un grupo de apoyo. Necesitamos preparar algo, una reunión en algún lado para
la noche. Necesitamos organizarnos porque existen leyes que prohíben la venta
de alcohol antes de una elección. ¿Qué ironía, no? Que la democracia prohíba lo
único que puede salvarla. Pero somos organizados y ya tenemos todo planeado.
Llamamos para que compren vino. Y que preparen algo de comer, unos fideos o
algo así. Sabemos que la mezcla de la cerveza que los terroristas tomaron
durante el día y el vino de la noche los va a inutilizar para el día siguiente.
A nosotros también, por supuesto… pero ¿vos no lo harías por salvar la
democracia?
Los terroristas y nosotros
estamos desilusionados. Demasiados peces, ni un pescado. Le proponemos un plan,
para levantar el ánimo, ya que no hay cerveza. Vamos a comer algo. Los
terroristas piensan. Creo que alguno está pensando en el atentado. En como
sintetizar el compuesto. Como hacer que ingrese a las urnas para convertir a
las boletas en papel picado. Pero no les dejamos pensar mucho. Hay algo para
tomar, hay algo para comer. Vamos. Vamos
dicen los terroristas. Ya los tenemos.
En la casa hay más gente, hay
comida, bebida y música. Se supone que
las reuniones están prohibidas en vísperas de las elecciones. Ya son las once
de la noche y faltan solo horas para que se abran las mesas de votación. Esta reunión
no es una reunión. Es la culminación de un plan perfecto para salvar la
democracia. Los terroristas ya casi no entienden nada. Estamos cerca de ganar,
pero por las dudas…un vaso más. O dos. O tres. Y después nada está muy claro.
En algún momento de la noche vino la policía, pero no era por nosotros ni por
los terroristas. Después hubo una pelea en la calle. Después nadie sabe bien que, todo es confuso
para nosotros y para los terroristas. Un vaso más. Y después nada.
Al otro día las elecciones se
llevan a cabo con normalidad. Se reportan algunos intentos de fraude, pero esas
cosas son normales en la democracia. En dos mesas se escrutan junto a cientos
de votos dos papeles escritos con una caligrafía temblorosa. “Ya es hora de
actuar por nuestra cuenta, ya está bien de decir que esto es mierda y
no hacer nada por cambiarlo, resistencia anti estatal, bajo la mesa,
la revolución” . Salgo a caminar un rato y lo veo al Pity tomando una
gaseosa, me acuerdo todavía rige la veda, y me siento.
-¿Te acordás lo
que te dije en el auto? Lo de hacer algún tipo de compuesto que una vez dentro
de la urna desintegre las boletas.
- Si, me acuerdo.
Decí que no tuvimos tiempo, que si no… Tal vez la próxima elección.