Julieta había nacido en 1984. Lo sé porque nos llevamos dos años. Ahora y
hace un tiempo, cuando éramos novios. Fue un amor eterno que duró unos dos
años, ni malos ni buenos. Sé que nació en 1984 porque lo dice su perfil en la
red social en la que me acaba de aceptar como “amigo”. Si alguien te acepta como amigo es que le va
bien. O mejor que a vos, por lo menos. La gente que alguna vez conociste y no
acepta tu amistad virtual es que no quiere que veas que le va peor que a vos. Y
eso es que le va muy mal (en algún aspecto de su vida, no necesariamente en
todos). Julieta me aceptó. Quiere decir que le va bien. O mejor que a mí, al
menos.
En su perfil también dice que es
Diseñadora Gráfica. Así, con título. Todas las ex novias se reciben. Es así. No
sé por qué. Hasta Fernanda, la que le dio impresión ponerme una curita cuando
me corte con el cuchillo tratando de cocinarle algo ahora es médica. Así es la vida.
Y gracias a las redes sociales sé todo sobre todos a los que le va mejor que a mí.
Estas redes virtuales son como la vida misma que, como dice la canción, alarga el pasado, encoge el presente y reparte futuros, juntando y separando gente. Yo todavía no me
recibí. Todavía. Sigo trabajando gratis y escribiendo como si me pagaran (y
como si me pagaran mucho).
Ella está de novia, por
supuesto. Todas las ex novias tienen novio. Por las fotos no era una mejora
considerable respecto al modelo anterior, o sea yo. No era muy diferente
tampoco. Salía mejor en las fotos, tenía el pelo largo, tatuajes y barba
candado, pero tampoco era un modelo de alguna marca de calzoncillos. Se los veía
bien juntos, pero cuando vi la foto no pude dejar de pensar que yo podría haber
estado ahí, sonriendo al lado de ella. ¿Por qué no? Ni siquiera recuerdo por
que nos peleamos. O porque nos separamos. No recuerdo mucho de ella en realidad, solo un
viaje que hicimos a Córdoba y un fin de semana que pasamos en la ciudad de Colonia
en Uruguay. Y nada más.
Las fotos de sus últimas vacaciones
eran espectaculares, una playa que parecía el Caribe, cocos, tragos, fiestas, ella,
su novio, todos sonrientes, casi como una postal, un folleto turístico. Lo único
que le faltaba era la leyenda “Visite las playas de…” y listo. Yo iría. Si
tuviera la posibilidad o con quien ir. No es que sienta envidia, si no que a
veces pienso que las cosas suceden por razones que están más allá de nuestro entendimiento.
Alguien que no conocemos tira los dados y no nos deja verlos. En eso pensaba
cuando me quedé dormido.
Cuando una pareja se termina hay
una separación (afectiva) y una separación (de bienes). Si cada uno es una
esfera individual, parte de esa esfera se funde con los límites del otro y las
cosas se mezclan, se pierden, se funden. Libros, discos, películas, fotos. Ahora
que me acuerdo no tengo nada de ella. Quizás es por eso que no me acuerdo mucho
de ella. Las fotos de Córdoba y las fotos de Colonia se las quedó ella. O las
tiró. O borró en todo caso, porque las sacamos con una cámara digital y no sé
si alguna vez se imprimieron en papel. Necesitaba ver si existían. Tal vez para
recordar algo que en ese momento fue bueno y ahora no se bien que es porque no
me acuerdo. Entré en la sección de fotos de Julieta. Tenía miles. 3422 para ser
más exacto, distribuidas en varios álbumes que representaban momentos
importantes de su vida. Cumpleaños, fiestas, el dia que se recibió, viajes,
trabajos, boludeces que se compró, el perro que adoptó, la casa a la que se
mudó. Cada acontecimiento de su vida era un álbum de fotos. Busque los
primeros, revolví un poco en el pasado y lo encontré. “Vacas en Córdoba” era el
título. “Vacas” por vacaciones, por supuesto. Las primeras fotos eran paisajes,
y ahí empecé acordarme, el dique, las montañas, la plaza, el hotel… la que
sigue tiene que ser de nosotros dos frente al lago. Pero no. La foto estaba,
pero no era como la recordaba. Es decir. Era la foto. Pero el de la foto no era
yo. Ella estaba abrazada a su novio. Su novio “de ahora” con su pelo largo,
tatuajes y barba candado. Se los veía bien
juntos. Pero esas eran mis vacaciones con ella. En las fotos que seguían tampoco
estaba yo. Era otro el que sostenía un chopp de cerveza, era su novio actual el
que sonreía en el asiento del micro, el que posaba en la cima de la montaña. Busque las fotos de Colonia. Lo mismo. El
tomando el helado, en la cubierta del barco en el que fuimos, saltando en el
recital, Julieta y él, enamorados en ese banco de la plaza donde un jubilado se
ofreció sacarnos una foto y salió fuera de foco pero no la borramos porque nos
queríamos reír de eso en el futuro. Pero no hubo futuro y al parecer, tampoco había
pasado. Todos mis recuerdos con ella ahora le pertenecían a otro.
Apague la computadora y me senté
un momento en silencio. No me acordaba de ella y ella me había reemplazado de
alguna manera en sus recuerdos. Yo no era nadie para ella. Tal vez me aceptó
como amigo como se acepta a un desconocido, para conocerlo y ver si es alguien
interesante. Yo no era nadie para ella. Y tal vez tampoco era nadie para mí.
Miré de nuevo las fotos como alguien que espía la vida de los demás. Había algo
raro en ellas. Además de que debería estar mi cara en esas fotos, en mis
recuerdos. Tal vez el que estaba
equivocado era yo. Mire las fotos en mi perfil y todo seguía igual, eran mis
amigos, mis fiestas, mis fracasos, mis recuerdos. Decidí abandonar por un tiempo esto de las
redes sociales.
Volví a ver el perfil de ella
hace poco. No sé bien por qué. Para ver si todo esto había sido un mal sueño o
algo así. Pero no. Su perfil seguía igual.
Julieta había nacido en 1986. Lo sé porque nos llevamos cuatro años. Ahora y
hace un tiempo, cuando éramos novios. Fue un amor eterno que duró unos dos
años, ni malos ni buenos.