Cuando era chico me llamaban mucho la atención los termos. Vivíamos en
el campo y la ruta era el primer vestigio de civilización, quizás por
eso me producía cierta fascinación. Además la ruta era la posibilidad de
encontrar algo, de que algo suceda. Y además éramos pobres. No pobres
de los que salen en las películas, ni los pobres que necesitan ayuda.
Éramos circunstancialmente pobres y por eso fuimos buscando lo que la
gente tiraba, cuando todos tenían cosas para tirar porque al país le iba
bien. A nosotros no. Por eso nuestra casa se construyó con puertas,
maderas y ventanas de otras casas que ya no las necesitaban. Por eso
buscábamos cosas tiradas en la ruta. Nunca encontramos nada demasiado
interesante, pero buscábamos.
Lo único que encontramos que valga la pena fue unas frazadas en su
embalaje que se le deben haber caído a algún camión. Eran abrigadas y
las usamos. Todavía las uso. Eso fue bueno. El resto era basura y por lo
general seguía siendo basura, pero nuestra basura. En el campo de
enfrente había una casa derrumbada. En realidad no había una casa, sólo
un sótano lleno de escombros. Ahí buscábamos cosas interesantes. Debo
decir que no había. Lo mejor que encontramos fue una botella de
Hesperidina entera. Las otras estaban todas rotas. Al dueño de la casa
parece que le gustaba mucho la Hesperidina.
Otro de los lugares donde buscábamos cosas era en el medio de uno de
los lotes del campo. En algún momento hubo una casa, por lo que se
encontraban restos de loza, fierros viejos y, cuando el tractor pasaba
con el arado, se veían los cimientos. Y nada más. Pero había una leyenda
en el campo, al parecer alguien había encontrado un cofre de monedas
antiguas y las había vendido llenándose de plata. Una vez más llegábamos
tarde.
El único tesoro que alguna vez encontré fue una piedra perfectamente
circular que había sido alguna vez parte de unas boleadoras. No se dé
que época, ni a quien se le perdió. Pero era algo original, único,
valioso y que no servía para nada.
No cuento la vez que el tesoro que encontramos fue un par de huevos de
tero que robamos a un nido descuidado. No sé si saben que los Teros
tienen una tendencia a proteger a sus nidos con sus característicos
gritos y con sus no tan características espuelas que tienen en sus alas.
Por lo que es mejor irse cuando están defendiendo su nido. Pero no
estaban y nos llevamos los huevos. El problema fue cuando nos dijeron
que teníamos que devolverlos al nido. Ahí si estaban los Teros, no muy
contentos.
Pero habíamos quedado en que me llamaban la atención los termos. En la
ruta se veían muchos termos, en la cuneta, tirados al lado de unos
árboles, entre las botellas puestas al lado de alguna virgen o santo, en
todos lados. El mate es un compañero para los miles de camioneros,
choferes, paisanos, peones que circulan por la ruta. Y en esa época eran
todos los termos de plástico con el interior de vidrio. A mí me llamaba
la atención porque parecían enteros, no entendía como se podía tirar
algo que para mi estaba en perfectas condiciones. Claro que yo no sabía
lo del interior de vidrio frágil, ni que todos los termos en la ruta
estaban rotos, inservibles. Tan enteros por fuera y adentro solo un
puñado de vidrios que nunca más se van a poder juntar.
Ahora que soy grande a veces escribo algo, ya no me atraen los termos
ni que tienen adentro. Ahora me llaman mucho la atención las personas.