miércoles, 14 de febrero de 2007

Gatos Negros

En la ciudad, en todas las ciudades, existen historias que involucran algo extraño, fuera de lo común, sin una clara explicación racional. Y todas esas historias coinciden en una cosa: indefectiblemente le sucedieron a un pariente lejano de un amigo del primo de alguien. Bueno, esta historia no es así.

Esto me pasó a mi (si, a mí) hace un par de semanas, un jueves a la noche al volver de la facultad. Esa noche, como todas las veces que salgo tarde de alguna clase, me bajé del colectivo de la línea 42 cerca del Cementerio de Chacarita, caminé una cuadra y doblé en la calle Fraga, justo cuando ésta se transforma en una especie de callejón sin salida, una cortada oscura y poco transitada. Todo era normal hasta llegar a la mitad de la cuadra.

Exactamente en la mitad de la cuadra me detuve y miré lentamente hacia mi derecha. Ahí, encima del capot de un auto estacionado, había un gato negro cómodamente sentado, casi en la misma posición que una esfinge egipcia. Me quedé unos segundos quieto, mirándolo fijamente hasta que el gato se dio vuelta, me miró y volteó la cabeza para volver a prestar atención hacia donde miraba originalmente. Entonces me di cuenta. El gato negro miraba hacia el otro lado de la calle donde, encima del capot de otro auto, un gato negro, idéntico a él mismo, como un reflejo, como dos gotas de petróleo, en idéntica posición, lo miraba a su vez a él.

Como dos guardianes de la calle, sus miradas encontradas formaban una barrera invisible, silenciosa e inquietante. Dicen que algunos espíritus malignos suelen habitar el cuerpo de gatos negros. Pero dicen tantas pelotudeces últimamente…En eso estaba pensando justo cuando pasé por el bar Cronopios donde un perro, sentado cómodamente en una mesa (probablemente esperando al mozo) me ve pasar por la vereda. Probablemente está pensando que estoy un poco loco.

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