jueves, 10 de marzo de 2011

Pobres Culturales

“Este libro se terminó de imprimir el día 13 de Julio de 2002 en los talleres ubicados en la calle…”. ¿Quién no leyó esto alguna vez? Y si yo quiero imprimir 10 páginas a doble faz tengo que tirar la mitad porque salieron mal me imagino en una tirada de 5000 ejemplares algo debe sobrar. Sobre estas ideas se sentaron las bases del proyecto. Y también éramos pobres, hay que decirlo.
En ese momento éramos pobres. No pobres de andar mendigando y pasando hambre. Pero cuando la plata no abunda lo primero que se recorta del presupuesto tiene que ver con la cultura. Porque con la comida algo hay que beber y porque algunos libros son demasiado caros y la cerveza siempre cuesta más o menos lo mismo. Se puede decir que no éramos pobres, si no pobres culturales.
En los países del llamado primer mundo la cultura y las tecnologías que la acompañan son una cosa más en la que gastar la plata que de alguna manera siempre sobra, aunque sea un poco. No sé si comprar un libro en España es más barato o que ellos tienen más plata para gastar en eso. Pero da la sensación que es más fácil acceder a la mayoría de los bienes culturales. Y además la tecnología llega antes y mejor.
Acá nos enteramos de los nuevos avances de la tecnología pero no los vemos. O los vemos en las vidrieras de los Shoppings con un cartelito con muchos mas ceros que nuestros recibos de sueldo. Entonces la televisión 3D, el sonido increíble, los televisores gigantes, los libros electrónicos, internet de 1000 gigabytes son una noticia lejana, algo que vamos a acceder cuando ya no sea lo que es. Mientras tanto vemos películas mal grabadas, escuchamos discos con mala calidad en parlantes de computadora, en monitores minúsculos, escuchamos la radio con un solo auricular porque el otro se rompió y seguimos leyendo libros de papel, baratos, y mirando en las vidrieras los libros demasiado caros (tan lejos del libro digital).
Cuando digo éramos pobres supongo que no saben a quienes me refiero. En esa época éramos tres. El Negro, su mujer y yo. De alguna manera así empezó todo. Empezó cuando no teníamos nada más para leer. Los libros baratos (que valían la pena, como “Días de Ron” y “1280 almas”), los que salían con el diario los domingos, los de Parque Rivadavia, los saldos de la avenida Corrientes, y los que el Negro había podido imprimir en el trabajo antes de renunciar. Ya no había nada. Estábamos los tres sentados en la mesa. Nosotros dos tomando cerveza y Karina, la mujer del Negro cosiendo. Y ahí me di cuenta. Releyendo la última página de algún libro y mirando como de los retazos de tela que encontrábamos en la calle, en las puertas de los talleres clandestinos que tenían inmigrantes ilegales hasta las 2 de la mañana cosiendo. Si de los retazos de tela se podía crear algo nuevo, útil y valioso lo que debíamos buscar era retazos, partes, páginas de libros y con paciencia reconstruirlos.
Cuando esa idea llegó a mi mente lo primero que hice fue escribirla en mi libreta. Después terminar el vaso de cerveza y por ultimo explicar la idea al Negro. La mayor virtud y el peor defecto del Negro es que dice siempre que sí. Y eso me dijo: “Si, lo hacemos”. Karina lo miró de costado porque lo conoce bien y sabe que siempre dice que sí. Pero si yo no hago nada en nada queda. Casi siempre. Pero hice. Primero con una vieja guía Filcar que tenía hice un mapa gigante de la ciudad uniendo todas las paginas. Quedó divino en el living, ocupaba casi toda la pared. A partir del mapa fuimos marcando todos los talleres en donde se imprimían los libros. Elegimos los más nuevos y sólo los ubicados dentro de los límites de la capital. Cuando teníamos cerca de cuarenta direcciones marcadas en el mapa las dividimos en dos y nos las repartimos. A cada uno le tocaría vigilar la mitad (al final fuimos los dos a todas, pedaleando de aquí para allá). Se debía corroborar si seguía en funcionamiento, horarios de salida de los trabajadores, a qué hora sacaban la basura y a qué hora pasaba el camión recolector. Cuando tuvimos todo más o menos sistematizado comenzó la parte interesante del proyecto Frankenstein, como le habíamos llamado.
Le habíamos llamado proyecto Frankenstein porque pensamos que unir los fragmentos de la basura iba ser un poco como jugar al Cadáver exquisito. Pero no tan aleatorio ni surrealista. Debíamos formar un cuerpo, darle vida a un libro, a partir de fragmentos que no son nada más que unas letras en un papel, sin principio, ni fin, ni sentido. Además porque el primero de los libros que logramos recomponer (o revivir) fue una versión para niños de Frankenstein que encontramos en la primera etapa de reconocimiento, casi sin querer y que en solo 3 días  paso de ser una pila de papeles a ser un libro hecho y derecho. El primer triunfo, el primer paso para la venganza de los pobres culturales.
Los comienzos no fueron fáciles, debíamos ser rápidos, silenciosos, cuidadosos, estar atentos, invertir demasiado tiempo y pelearnos con cartoneros. Además de todo esto teníamos que seguir trabajando en nuestros trabajos “normales” y eso solo para terminar la recolección. Después había que lograr reunir los fragmentos en un libro. Y no siempre se podía. Por lo general a todos los libros le faltaban páginas. La solución era sacarlos de la biblioteca y fotocopiar las partes faltantes. Pero eso significaba más trabajo. Además mientras Karina seguía cosiendo retazos nosotros también tuvimos que agarrar aguja e hilo para encuadernar prolijamente los libros que llegábamos a armar.     En un par de meses éramos casi expertos en encuadernación. Y nuestra biblioteca clandestina, pobre e ilegal cada vez tenía más libros. A veces, si teníamos suerte, lográbamos armar dos ejemplares de un mismo libro. Eso ameritaba una cerveza bien fría en el balcón.
El mayor problema del proyecto Frankenstein era la imposibilidad de elegir. No sabíamos que nos podíamos encontrar en esas bolsas negras que cargábamos hasta el departamento. Ni siquiera después de desparramarla en el living y leer un par de fragmentos sabíamos a que libro pertenecía. Y una vez que sabíamos no siempre era una buena noticia. Muchas veces era basura y seguía siendo basura. A veces en las bolsas venían mezclados dos o más libros. Y el trabajo era doble o triple. Pero las soluciones surgieron por dos lados diferentes.
Por un lado comenzamos a elegir lo que podíamos, es decir elegir los talleres que imprimían los libros que nos podían llegar a interesar. Es decir, aquellos que imprimen acá pero te los cobran como si fueran hechos en España con el mismo papel que se imprimen los Euros. Y eso por lo general daba buenos resultados. Aunque a veces no. La otra solución fue un poco menos normal. Armamos libros a partir de fragmentos de varios otros libros. A veces separados por capítulos, otras no. Algunos libros armados así tenían un poco de poesía, algunos dibujos, fotos y fragmentos de libros de cocina. Algunos quedaban realmente buenos.
Durante años dejamos de comprar libros. Y a pesar de eso nuestra biblioteca crecía a un ritmo acelerado. Cada vez nos tomaba menos tiempo terminar la reconstrucción de un libro. Pero en algún momento algo cambió. No me acuerdo que estaba mirando cuando se me ocurrió otra cosa. Creo que estábamos tratando de combinar tres libros para hacer uno nuevo cuando se me ocurrió algo. Karina seguía cosiendo y las partes del libro no encajaban bien, había algo que faltaba. Y en ese momento le dije al Negro: “Creo que esto no va más, tenemos que ponernos a escribir”. Y el Negro, con la tranquilidad que lo caracteriza, me dijo: “Si, lo hacemos”. Y Karina lo miró de reojo mientras cosía entre las telas que había comprado.

3 comentarios:

messiel' dijo...

A eso le llamo yo una buena inversión.

Goethe -Institut Buenos Aires dijo...

Muy bueno! ¿Escribieron finalmente?
Gracias, saludos!

MatiAsF dijo...

Si, en eso estamos...

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