viernes, 31 de agosto de 2007

Nunca fue fácil (ni lo va a ser)

Todos dicen que no es fácil sobrevivir en la UBA. Todos te dicen que sos un número, que la administración es un desastre, que los trámites tardan una eternidad, que los apuntes son caros y que encima tenes que esperar media hora hasta que te atiendan. Todos se quejan de la infinidad de papelitos que coleccionan hasta llegar a sus respectivas aulas, todos se quejan de los baños, de las sillas rotas, de que faltan aulas, de que hace mucho frío, de que hace mucho calor, de que no te avisan si falta el profesor. Todos se quejan de todo porque todo eso es verdad.
Pero yo no me quejo de eso, o al menos de eso solo. Porque lo que nadie te dice, de lo que nadie nunca habla más allá de los minutos después de la clase, es de los teóricos aburridos. Y yo me quejo de eso, y por eso escribo esto.
Uno viene cansado de cursar otra materia, de viajar en bondi, subte o tren bien apretados, de laburar…¡y encima te tenes que comer un teórico aburrido! Se estarán preguntando ¿pero qué querés decir con aburrido? ¿O cómo te das cuenta de que un teórico es aburrido?
Bueno, voy a empezar por lo más simple. Te das cuenta de que es aburrido cuando comenzás a notar que todo el mundo se impacienta. ¿Cómo? Empiezan a agitar los pies, miran cada dos segundos el reloj, miran al techo, a las ventanas, a la puerta, miran a los compañeros, te miran con cara de ¿vos también estás embolada? O con cara de ¿Por qué no nos vamos todos a la mierda? También es usual notar que muchos dejan de tomar apuntes y se ponen a hacer dibujitos, a escribir boludeces para subir a un blog cualquiera que escribe cualquiera, salen hasta el quiosco y vuelven a entrar con algo para masticar, o simplemente se ponen a hablar con el compañero/a que tengan más cerca y que esté en la misma condición que ellos, que estén igual de aburridos que ellos.
¿Y qué quiero decir con un “teórico aburrido”? Simplemente que no es agradable para tus oídos, para tu cabeza y para tu inteligencia soportar a un tipo que te hable durante dos horas (o más) sobre un tema nada emocionante y que encima no intente hacerlo emocionante. Nada más aburrido que un tipo o tipa hablándote o leyéndote un libro o cualquier cosa sobre algo que no le interesa a nadie (¿nos tendría que interesar?) y que encima no entiende nadie.
Hay que decirle a esos señores (o señoras) que intenten darle vida a los teóricos, que intenten ponerle onda, que se den cuenta que ya bastante hacemos con estar ahí adentro sentados y tratando de escuchar algo (si es que lo permite el micrófono).
Comprendan señores que no es nada fácil aguantar las dos horas ahí sentados, escuchando y anotando. Comprendan que si no cambian las condiciones no deben quejarse de que cada vez dan los teóricos más solos (vaa…no tan solos porque siempre esta ese grupito que se entretiene hasta viendo la tele cuando no hay señal).
No se quejen cuando uno a uno (para que quede menos duro no nos vamos en malón) vamos saliendo por la puerta de atrás del aula y apenas salimos nos prendemos un pucho como aliviados de tanto sufrimiento.
Sí, sufrimiento. Porque como todos dicen “no es fácil sobrevivir en la UBA”, y menos con teóricos aburridos.

jueves, 30 de agosto de 2007

Coca cola te comprende

Los almuerzos en la facultad cambian cuando está ella, a pesar de que al entrar a ese bar parece que se acaba de abandonar la civilización. Detrás de ese mostrador repleto de empanadas, tortas, medialunas con jamón y queso, sándwiches de milanesa y alfajores varios, siempre está ella con su sonrisa.

A pesar de que son varias personas las que atienden, siempre es ella la que me pregunta con una sonrisa qué voy a llevar. Puede ser una casualidad, pero no creo mucho en la casualidad. Y esa sonrisa dice algo más.

Cuando me siento a estudiar y la observo no puedo imaginar estar en un lugar mejor. A pesar de tener que estudiar, dormirme y estar cansado. No hay lugar mejor. Y ella pone la música, baila, sola, se ríe, me mira, baila y se ríe de nuevo. Nunca deja de sonreír. Y yo estudio, leo, como, la miro, sonrío y la miro de vuelta.

Hoy tenía algo de sed y fui a comprar una coca-cola, parecía que me iba a atender el otro, ese que siempre se corta un dedo con el cuchillo, pero no. De atrás de la cocina salió ella y me preguntó: ¿que vas a llevar?. -Una coca, le respondí. Sonaba un reagge y ella bailaba. Y sonreía. Me alcanzó la botella, sonrió y dio media vuelta. Abrí la botella y miré el interior de la tapa. Nadie puedo haberlo dicho mejor; “Seguí participando”.

martes, 14 de agosto de 2007

Y otra vez Números...

7.30, tres números que odio en la mañana cuando estoy lavándome la cara para despertarme. Podría decir que mis días no son más que números.
A las 8 me tomé el 65 para llegar a alrededor de las 9 a la facultad para cursar las primeras clases del 2º cuatrimestre. 80 centavos fueron y son las monedas de los viajes que más he hecho en mi vida.
Llegué a las 8.50 para cursar en el aula 408 taller 3. El profesor no vino y entonces bajamos 4 pisos para ir a un bar y desayunar por unos 60 centavos. A las 11 subí los 4 pisos, pero esta vez en ascensor, para cursar en la 406 otra materia. Y hablamos de números: 90.9, 97.5, 95.7, 89.1 y otros que ya se perdieron en mi memoria.
A las 13 baje los 4 pisos con mis 80 centavos en la mano para tomarme nuevamente el 65 y volver a casa.
1 hora de relax me resultaron insuficientes pero sin más tiempo, agarre mi mochila, mis 80 centavos y mis llaves, baje los 8 pisos en ascensor y volví a subirme en el 65 para regresar a la facultad.
Subí 2 pisos, gasté 3.60 en el quiosco, me fumé un pucho y entre al aula 201. Fueron 2 largas horas en las que no hice más que “nada”. A las 19 subí 2 pisos para entrar al aula 410.
Pasaron ya 45 minutos y el profesor de historia parece no tener ganas de cerrar la boca y terminar la clase. Como si fuera poco pensar que mis días se basan en números, ahora me hablan de suma y resta. No sabía que en historia servía la matemática.
Entre la voz de mi profesor y la cortina tanguera de fondo ya no se donde ubicar mi cabeza. En mi vida escuche tanto tango como en esta clase de historia!
Hipnosis, transe. Me alejo de la conciencia y me encuentro escribiendo números. Más precisamente esos números que me acompañan desde que nací y que, según dicen, lo harán hasta mi muerte.
Histeria, transe, hipnosis. Ahora mi conciencia cae en cuenta de que ya he escrito 1 carilla y todavía falta 45 minutos para bajar 4 pisos, sacar otros 80 centavos y tomar el 65 de regreso a casa.
Por algo mi memoria recuerda lo que había escrito un viejo amigo, algo de números rojos, algo de números grises, algo llamado “Números”.

domingo, 12 de agosto de 2007

Números

En la escuela secundaria te dicen que en la universidad sos un número. Es mentira. Es igual o peor que el secundario. Compañeros, profesores, exámenes, vacaciones. Pero todo eso cambia cuando te llega el turno de hacer trámites en la facultad.

Yo soy el 31 B. O eso creí en un principio cuando me senté en un aula llena de otros números como yo. Pero no era así de simple. El color también es importante.

A las once en punto un guardia de seguridad (Si, con camisa, corbata, chapa y bastón) se acercó a la puerta y gritó: ¿Color rojo del uno al veinte!. Y veinte personas se levantaron de sus asientos y nunca más los volvimos a ver. A las once era la hora en que las ventanillas comenzaban a atender.

En el recinto debería haber 250 personas, no perdón, acaba de ingresar el guardia avisando que hay dos clases: rojo y gris. Debe haber 150 personas sentadas en un salón luminosos, con dos televisores apagados y un letrero que anuncia el turno. Los números rojos avanzan lentamente o no tanto. A las 11 y 7 van por el turno diez. Son cuatro cajas. Tampoco van tan rápido sabiendo que lo único que hacen es poner un sello. Y cobrar. Tres pesos por cada sello. Y son muchos sellos. ¿Del 20 al 40 color rojo!.

En el salón lo que se aprecia es la calidez humana. No de los humanos precisamente, que se encuentran cada uno en su mundo. La calidez viene del cartel “Se solicita abonar con cambio!!!”. Lo hace a uno sentir tan bien, lástima los carteles de prohibido fumar que generan 130 tics nerviosos diferentes en los 130 fumadores que no fuman. Mueven el pie, la mano, los ojos, la lapicera. Un puto concierto de ansiedad. Turno 24, caja 3.

Si no fuera por la ropa de verano este lugar se parecería mucho (demasiado) a una cárcel. Ahora que lo pienso debe haber cámaras filmando. Los guardias miran el salón repleto y se ríen, los presos siguen llegando. El guardia descansa, vuelve y dice: ¿del 40 al 60 color rojo! Unos se van, otros llegan.

Lo que falta en este salón es música funcional, dos pequeños parlantes que atormenten un poco a los que esperan. La única música que hay sale de los celulares que suenan cada tanto. A pesar del murmullo llego a escuchar esa canción que dice: “...estamos encadenados a un sistema repelente...” pero no, está sólo en mi cabeza. Los números mandan. Turno 42, caja 4.

Me tomo un tiempo para acomodar los papeles que debo presentar. No sé porque lo hice, faltan 83 turnos hasta que llegue mi número, mi persona. Soy 31 B Gris, ahora que se que el color es importante. Pero no soy sólo eso. También soy un número, el que me dieron cuando nací, que me va a acompañar toda la vida. Pero en algunos lugares, pocos, me conocen como 246971/04. Pero sólo algunos me llaman así.

El guardiacárcel aparece de nuevo por la puerta. ¿Color rojo del 60 al 80!. Otras 20 personas se levantan. A los pocos segundos el guardiacárcel vuelve. Está furioso. ¿Les dije SÓLO color rojo, no color gris!!! Ya han pasado como veinte con color gris...es color ROJO!!!. Tiene un acento extraño y pronuncia la palabra “rojo” de forma graciosa. Con su uniforme es más inteligente que varios estudiantes universitarios, por lo menos 20, o conoce muy bien la burocracia. Da igual.

Observo algunas caras conocidas entre la multitud y las trato de esquivar. No es fácil, pero ellos entienden. El cartel titila y cambia: turno 75, caja 4.

Llega otro guardiacárcel, cumple el papel de policía bueno. Anuncia: Seguimos con el rojo, del 80 al 100.... Tiene unas orejas gigantes, el pelo parado con gel y una media del jefe en la boca, pero sabe caer simpático. Además acaba de anunciar que no hay más números rojos, pasamos a la zona gris. 31 B, pienso.

Cien personas/números abandonaron la sala y la cantidad de gente es la misma. Un sello, cien sellos, trescientos s sellos. ¿Cuanto gastarán de tinta?¿Se cansan de golpear? Silencio. Ahí viene el policía malo, el peor guardiacárcel, se arrepiente y vuelve. Habla con una señora. Seguramente le dice: “Perdón, pero no se donde está su hijo” Termina de hablar y se acerca a la puerta:¡del uno al 20, color gris! A esta altura no sé si alegrarme o asustarme. El próximo soy yo. Falta poco. Ahora va a decir ¡del 20 al 40, color gris! (o va a mandar a su secuaz orejón) y me voy a parara con otras veinte personas, voy a salir a caminar por el pasillo hasta el final. De fondo se escucha una discusión. ¿Qué es más importante: el guarda que anuncia o el cartel luminoso?. Acá ambos deciden tu destino, el reloj es lento y previsible como la vida (algunas vidas); el anuncio del guarda es rápido e imprevisto como la muerte (algunas muertes) 31 B Gris.

Finalmente el momento llega: ¿color gris del 20 al 40! Era el comienzo del fin. El fin de la espera. De todo.

Eramos 20 personas guiadas por el guardiacárcel por un pasillo que doblaba en forma de “ele”en cuyo final había otra sala de espera mas pequeña, con un cartel igual que el anterior donde mostraban los turnos. Los guardias se ubican de nuevo en el medio, ese lugar panóptico desde donde observaban ambas salas de espera, mientras sonreían y hablaban en voz baja.

En la sala que me encontraba el cartel sí tenia sentido, cada vez que el número cambiaba alguien se levantaba y se dirigía a las ventanillas. Cada número era un gramo más en el reloj de arena. Y ya quedaban pocos.

    - 27, 28, 29, 30, 31....caja 3.

    - Vengo por las legalizaciones.

    - Ah, si. ¿estas dos?

    - Si.

    - Pague en la caja y retírelos en esa ventanilla.

    - Si, bueno.

Se escucha el golpe seco del sello al pegar contra la mesa. Una, dos, diez veces. Son 6 pesos. Si, acá tiene. ¿Estos son suyos? Si, son esos.

Guardé las fotocopias con la tinta todavía fresca y caminé hacia la sala de espera. Doblé antes de llegar, caminé sin mirar atrás y subí las escaleras. Caminé, casi corrí, hasta la puerta. Afuera llovía. Respiré hondo. Y me di cuenta que por fin era libre.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Fito Superestar

Siempre pensé que Fito Páez era una especie de Dios, un mesías que venía a revelarnos la verdad a través de sus canciones. En realidad siempre no, creo que desde esa tarde en el puerto o quizás lo creí de verdad (eso de sentirlo en las entrañas) esa noche en la casa del Seba, cuando el negro empezó a cantar esa canción que decía: "Hay dioFito Santo....."
Desde esa revelación, escuchar una canción de Fito Páez era similar a la lectura de un salmo, casi una experiencia religiosa. ponía su haz de luz sobre cosas que siempre estuvieron delante de nuestros ojos pero no sabíamos interpretar. En esos tiempos lo único que existía para mi era el Evangelio según Páez.
La devoción por Fito me hizo ver mejor la realidad. Me di cuenta, después de la grabación de Enemigos Íntimos, quien era en realidad el enviado de lucifer a corromper la raza humana. Encontré paz en cada uno de sus discos. Mi vida se vió atravesada por los versos del rosarino, cada estrofa era un mundo nuevo para mi.
Me di cuenta de muchas cosas, encontré el amor después del amor, me di cuenta de las posibilidades infinitas del camino y le di muy poca importancia a donde tenía que llegar. Mi vida se proyectó entre miles de mariposas technicolores. Fueron dias felices donde mi vida rodaba en ciudades de pobres corazones. Por fin alguien ponía fin a mi ateísmo.
Pero nada es fácil de mantener. Y menos una divinidad. Su figura inmaculada se vio un dia manchada y todas sus verdades cayeron de un segundo a otro. Sólo existe la perfección perfecta, dijo alguna vez un periodista de cuyo nombre no quiero acordarme, y tenía razón. La divinidad no acepta pasos en falso y Fito dió ese mal paso. Sucedió en un lugar inesperado, en el momento más inesperado. Dicen que las cosas que realmente te cambian la vida suceden así, de un momento a otro, sin avisar. Un domingo a la noche. Un martes al mediodía. Hablando con una persona que conozco de nuestras simpatías por diferentes clubes de fútbol me comentó que era simpatizante (no dijo hincha, dijo simpatizante) de Newell’s Old Boys de la ciudad de Rosario. Le pregunté si él iba a la cancha a ver a su equipo preferido todos los domingos, y lo que me contestó me hizo darme cuenta de mi error, de la total falta de divinidad de Fito Páez. Me dijo que no. Y ahí me di cuenta y le dije: Entonces Fito Páez mentía, Rosario nunca estuvo cerca...

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