domingo, 12 de agosto de 2007

Números

En la escuela secundaria te dicen que en la universidad sos un número. Es mentira. Es igual o peor que el secundario. Compañeros, profesores, exámenes, vacaciones. Pero todo eso cambia cuando te llega el turno de hacer trámites en la facultad.

Yo soy el 31 B. O eso creí en un principio cuando me senté en un aula llena de otros números como yo. Pero no era así de simple. El color también es importante.

A las once en punto un guardia de seguridad (Si, con camisa, corbata, chapa y bastón) se acercó a la puerta y gritó: ¿Color rojo del uno al veinte!. Y veinte personas se levantaron de sus asientos y nunca más los volvimos a ver. A las once era la hora en que las ventanillas comenzaban a atender.

En el recinto debería haber 250 personas, no perdón, acaba de ingresar el guardia avisando que hay dos clases: rojo y gris. Debe haber 150 personas sentadas en un salón luminosos, con dos televisores apagados y un letrero que anuncia el turno. Los números rojos avanzan lentamente o no tanto. A las 11 y 7 van por el turno diez. Son cuatro cajas. Tampoco van tan rápido sabiendo que lo único que hacen es poner un sello. Y cobrar. Tres pesos por cada sello. Y son muchos sellos. ¿Del 20 al 40 color rojo!.

En el salón lo que se aprecia es la calidez humana. No de los humanos precisamente, que se encuentran cada uno en su mundo. La calidez viene del cartel “Se solicita abonar con cambio!!!”. Lo hace a uno sentir tan bien, lástima los carteles de prohibido fumar que generan 130 tics nerviosos diferentes en los 130 fumadores que no fuman. Mueven el pie, la mano, los ojos, la lapicera. Un puto concierto de ansiedad. Turno 24, caja 3.

Si no fuera por la ropa de verano este lugar se parecería mucho (demasiado) a una cárcel. Ahora que lo pienso debe haber cámaras filmando. Los guardias miran el salón repleto y se ríen, los presos siguen llegando. El guardia descansa, vuelve y dice: ¿del 40 al 60 color rojo! Unos se van, otros llegan.

Lo que falta en este salón es música funcional, dos pequeños parlantes que atormenten un poco a los que esperan. La única música que hay sale de los celulares que suenan cada tanto. A pesar del murmullo llego a escuchar esa canción que dice: “...estamos encadenados a un sistema repelente...” pero no, está sólo en mi cabeza. Los números mandan. Turno 42, caja 4.

Me tomo un tiempo para acomodar los papeles que debo presentar. No sé porque lo hice, faltan 83 turnos hasta que llegue mi número, mi persona. Soy 31 B Gris, ahora que se que el color es importante. Pero no soy sólo eso. También soy un número, el que me dieron cuando nací, que me va a acompañar toda la vida. Pero en algunos lugares, pocos, me conocen como 246971/04. Pero sólo algunos me llaman así.

El guardiacárcel aparece de nuevo por la puerta. ¿Color rojo del 60 al 80!. Otras 20 personas se levantan. A los pocos segundos el guardiacárcel vuelve. Está furioso. ¿Les dije SÓLO color rojo, no color gris!!! Ya han pasado como veinte con color gris...es color ROJO!!!. Tiene un acento extraño y pronuncia la palabra “rojo” de forma graciosa. Con su uniforme es más inteligente que varios estudiantes universitarios, por lo menos 20, o conoce muy bien la burocracia. Da igual.

Observo algunas caras conocidas entre la multitud y las trato de esquivar. No es fácil, pero ellos entienden. El cartel titila y cambia: turno 75, caja 4.

Llega otro guardiacárcel, cumple el papel de policía bueno. Anuncia: Seguimos con el rojo, del 80 al 100.... Tiene unas orejas gigantes, el pelo parado con gel y una media del jefe en la boca, pero sabe caer simpático. Además acaba de anunciar que no hay más números rojos, pasamos a la zona gris. 31 B, pienso.

Cien personas/números abandonaron la sala y la cantidad de gente es la misma. Un sello, cien sellos, trescientos s sellos. ¿Cuanto gastarán de tinta?¿Se cansan de golpear? Silencio. Ahí viene el policía malo, el peor guardiacárcel, se arrepiente y vuelve. Habla con una señora. Seguramente le dice: “Perdón, pero no se donde está su hijo” Termina de hablar y se acerca a la puerta:¡del uno al 20, color gris! A esta altura no sé si alegrarme o asustarme. El próximo soy yo. Falta poco. Ahora va a decir ¡del 20 al 40, color gris! (o va a mandar a su secuaz orejón) y me voy a parara con otras veinte personas, voy a salir a caminar por el pasillo hasta el final. De fondo se escucha una discusión. ¿Qué es más importante: el guarda que anuncia o el cartel luminoso?. Acá ambos deciden tu destino, el reloj es lento y previsible como la vida (algunas vidas); el anuncio del guarda es rápido e imprevisto como la muerte (algunas muertes) 31 B Gris.

Finalmente el momento llega: ¿color gris del 20 al 40! Era el comienzo del fin. El fin de la espera. De todo.

Eramos 20 personas guiadas por el guardiacárcel por un pasillo que doblaba en forma de “ele”en cuyo final había otra sala de espera mas pequeña, con un cartel igual que el anterior donde mostraban los turnos. Los guardias se ubican de nuevo en el medio, ese lugar panóptico desde donde observaban ambas salas de espera, mientras sonreían y hablaban en voz baja.

En la sala que me encontraba el cartel sí tenia sentido, cada vez que el número cambiaba alguien se levantaba y se dirigía a las ventanillas. Cada número era un gramo más en el reloj de arena. Y ya quedaban pocos.

    - 27, 28, 29, 30, 31....caja 3.

    - Vengo por las legalizaciones.

    - Ah, si. ¿estas dos?

    - Si.

    - Pague en la caja y retírelos en esa ventanilla.

    - Si, bueno.

Se escucha el golpe seco del sello al pegar contra la mesa. Una, dos, diez veces. Son 6 pesos. Si, acá tiene. ¿Estos son suyos? Si, son esos.

Guardé las fotocopias con la tinta todavía fresca y caminé hacia la sala de espera. Doblé antes de llegar, caminé sin mirar atrás y subí las escaleras. Caminé, casi corrí, hasta la puerta. Afuera llovía. Respiré hondo. Y me di cuenta que por fin era libre.

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