viernes, 9 de marzo de 2007

¿Quién parará la lluvia?

Jueves triste quizás. Así comencé el día, no con un humor de perros, sino con hombros caídos. Me pregunté si eso que dicen todos es verdad, eso de que los días de lluvia son tristes, grises, amargos y depresivos. Por mi ánimo parecía confirmar esa teoría. Y estuve así hasta las tres de la tarde, cuando decidí abandonar el control remoto y levantarme de la cama para hacer algo más productivo.
Me vestí y puse el agua para tomar unos mates en soledad, porque a esa hora de la tarde en mi casa ya no hay nadie, sólo mis pensamientos y yo. Mirando la lluvia caer a través de la ventana y con un pucho en la mano, pensaba como podía vencer esa angustia que me mantenía presa de mi misma. Se me ocurrió que sería interesante dar vuelta la teoría, o refutarla al menos. Entonces emprendí mi viaje hasta esa meta.
Deje los mates para más tarde y salí a dar una vuelta en auto. La lluvia era cada vez más leve, pero sin embargo las calles estaban desiertas, lo que me hizo pensar que iba a ser muy difícil revertir la teoría.
Estacioné en el puerto, y por unos minutos me quedé contemplando el río. Miré hacia uno de mis costados y observé a una familia. Estaban pescando. Llevaban pilotos para protegerse un poco de la lluvia. Estaban compartiendo mates y facturas, y se reían a carcajadas. Casi por contagio, en mi cara se dibujó una sonrisa. Y como me resultó imposible, me miré en el espejo retrovisor del auto; los hombros caídos habían desaparecido. Pensé que había comenzado a ganarle a la teoría, y me sentí feliz por eso. No creía haberla revertido pero si al menos tenía con qué refutarla.
Puse en marcha el auto y me fui a visitar a una amiga. Mientras tomábamos unos mates, ella me decía que odiaba los días de lluvia porque la deprimían. Sentí que una vez más la teoría me colocaba en el segundo puesto. Mi amiga me dijo que para vencer esa “depresión” se había puesto a hacer otras cosas, en vez de quedarse tirada en la cama todo el día. Por unas horas dejé de lado mi meta y comenzamos a hablar de otras cosas, pusimos música, y nos cagamos de risa un rato.
Cuando iba de regreso a mi casa volví pensar mi meta. Me di cuenta de que dejándola de lado había podido llegar a ella. Había logrado refutar la teoría, pero en realidad porque para mí ésta había cambiado. Ya no asociaba los días lluviosos con los matices grises, sino más bien comprendí que la respuesta a cómo vamos a encarar los días depende de las ganas de cada uno.
Al fin y al cabo todo “es una cuestión de actitud”.

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