jueves, 8 de marzo de 2007

A fucking big television

Era jueves por la madrugada y estaba en mi casa con Rose. Mates, puchos y cartas de poker de por medio hacían que la noche pasara más rápido. De fondo estaba la televisión encendida. Ninguna estaba atenta a lo que estábamos viendo, sólo estaba por el hecho de “escuchar” algo. Al paso de una hora, el juego se tornó interminable y el sueño se hizo notar por medio de largos bostezos y risas que surgían sin ningún motivo. Hasta que al fin Rose ganó y empezamos a festejar que ese maldito, pero adicto juego, había terminado.
Fue entonces que la televisión se hizo notar. La pantalla quedó negra, la tele se había apagado. El silencio invadió la noche; mi amiga y yo nos miramos estupefactas. Luego nuestra mirada se dirigió a ese “maldito” aparato y después al control remoto que estaba apoyado sobre una silla. Nos volvimos a mirar y a coro dijimos: “¡¿Se apagó la tele sola?!”. Nos quedamos en silencio por unos segundos. Pensé que algo raro estaba sucediendo. Vino a mi mente el recuerdo de esas historias que todo el mundo cuenta que le pasó a la abuela de un amigo de un amigo. Esas historias sobre espíritus que a veces son motivos de risas y otras de escalofríos.
Decidí dejar de pensar estupideces, tomé el control e intenté prender nuevamente la televisión. Probé una, dos, tres veces. Nada sucedía. Intente también desde el aparato y nada. Se había quemado.
La risa nos invadió tan rápido como un timbrazo nos enmudeció; ¡en medió de la noche había sonado el timbre! Temerosas fuimos hasta la puerta. Miramos por el cerrojo. Era mi hermano que se había olvidado las llaves.
Tranquilidad y carcajadas afloraron en la silenciosa noche, y con el último pucho consumido por tanta perturbación, decidimos que ya era hora de irse a dormir.


Rose fue la co-autora al escribir esta pequeña historia.

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