El primer libro que leí, me lo leyeron. Nos lo leyó mi padre, a mis
hermanos y a mí, durante varias noches,
capítulo por capítulo. Casi como un folletín. El libro en cuestión era “el
Corsario Negro” de Emilio Salgari, un salto cualitativo y cuantitativo
importante si consideramos las lecturas iniciales de cualquier niño, en nuestro
caso los cuentos de El pajarito remendado o alguno de María Elena Walsh. El
Corsario Negro tenía párrafos interminables de descripciones de vegetaciones ecuatoriales
increíbles por las que los personajes atravesaban lentamente. La edición era de la vieja colección Robin
Hood de mi madre, o de mis tíos. No tenía tapa y las hojas eran amarillentas. De todos los de la misma colección y de la
colección Kapelusz, era el que peor se
encontraba. Y no sé de quién fue la idea de leer justamente el Corsario Negro,
pero de alguna manera estaba escrito.
En esa época, la década del ´90, vivíamos en el campo a casi 200 kilómetros
de la capital y a 1000 metros del poste más cercano de electricidad. Para mí El
Corsario Negro va a tener siempre un poco de olor al kerosén quemándose en el
farol. Con esa luz y con su barba
negra, mi padre leía todas las noches un
fragmento de las aventuras del señor de Ventimiglia y sus fieles marinos. Mientras me dormía escuchando esas historias soñaba con que quería ser pirata. Lo
más cerca que estuve de tener un barco fue cuando me regalaron uno de juguete.
Mi Padre nos seguía leyendo por las noches las historias de barcos que
dejaban una estela blanca en los mares y de día estaba arriba del tractor,
haciendo surcos, seguido por bandadas de pájaros que buscaban alimento en la
tierra revuelta. Las borrascosas aguas
del neoliberalismo menemista no eran el
mejor lugar para dedicarse a la producción agrícola mientras la paridad
ficticia con el dólar permitía el “deme dos”
de algunos en Miami, tan cerca del Mar Caribe de Salgari. Pero eso era
lo que había y era suficiente.
No vivíamos mal, pero tampoco
sobraba mucho. Por eso la idea de encontrar un tesoro, anhelo de todo pirata,
estaba siempre presente. A mis oídos llegaron rumores sobre un alambrador que
haciendo los pozos para colocar los postes había encontrado un tesoro, varias
monedas de oro que me ilusionaron con que algo así, algo como lo que pasaba en
los libros, podía pasarme a mí.
No me acuerdo si alguna vez mi padre terminó de leernos El Corsario Negro,
para mi siguen todavía atravesando la selva de los primeros capítulos, pero ese
fue el primer libro, libro en serio, del que tengo recuerdo. Después de ese
vinieron muchos libros más, mudanzas, mi padre abandonó el tractor, cambio su
barba negra por una gris, el país tuvo siete presidentes en una semana, me fui a estudiar a capital, dejé de querer
ser un pirata y miles de cosas más que pasaron en el medio. Ahora mi padre y yo
seguimos leyendo, pero por separado. Pero creo que siempre nos va a unir esa
lectura de El Corsario Negro.
1 comentario:
Que bueno! Me senti mas que identificado, y al 200%, porque yo lei también esse libro. Me refiero tanto a la historia como al libro como objeto, "esse" libro heredado de mis hermanos, ya comenzando a amarillear y recibiendo mi aporte para su desgaste y destrucción. Pero sobrevivió a ese segundo o terceiro lector, y fue para el campo a seguir revelando emociones a otros lectores, o em este caso, a oyentes.
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