miércoles, 20 de abril de 2011

La vieja en el umbral

La señora me mira cuando me acerco. Está sentada en el umbral de su casa, con las piernas apretadas y se bambolea. Tiene el pelo blanco y una permanente que pierde consistencia; sus ojos saltones y su cuerpo flácido.
Cuando me ve, hace un gesto que es casi un soliviantarse, una acogida, un recibimiento. Entonces, creo en él, creo en su mirada y confio por un instante que habrá un saludo, un intercambio más intenso, un reconocimiento. Vivo a veinte metros de su casa hace un año y medio; en definitiva lo merezco.
Por eso, por ese gesto inicial de cada encuentro creo que me conoce. Pero cuando doy ese paso que me separa de ella, la vieja me mira primero la frente y enseguida sus ojos se pierden hacia el cielo. Entonces, ya no logro encausarlos hacia mi.
Es ahí cuando me quedo sin nada y me siento huérfano de esa señora que se se queda en la puerta de su casa, todos los días, durante horas, desde quién sabe cuándo. De esa mujer que se sienta en el umbral y gira lentamente en pivot, que ve pasar los autos del pasaje en el que vivo y en el que vive. La ceremonia se repite y vuelvo a caer en la trampa del extravío. Me ilusiono hasta que la frustración me deja huérfano otra vez.
La vieja no lo sabe muy probablemente. No percibe que voy siempre a su encuentro en busca de su acogida, que debe querer decir otras cosas para mi. Se me ocurre que la anciana de mi cuadra es otras que no termino de identificar y que en su pasado guarda historias que me incluyen. En cambio, para ella mi cuerpo que se acerca es apenas una sombra que no termina de envolverla, otra presencia que se esfuma y nunca logra rescatarla de su extravío.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...