domingo, 6 de mayo de 2007

Todos hablan de Tí

"De Gonzáles Catán en colectivo, a la cancha de Boca por Laguna". Era la línea 86 una de las tantas formas para llegar al estadio donde el genio de Úbeda desplegó toda su poesía hecha canción.

Eran alrededor de las siete de la tarde, faltaban todavía dos horas. Y ahí estabamos mis amigos y yo, sentados en el campo de aquella cancha en la que sólo había llegado a estar detrás del alambrado. Mientras compartíamos un cigarrillo, discutíamos con qué tema iba a empezar el show. Poco a poco la gente fue tapando cada hueco que quedaba en el campo y también en las plateas. Pude confirmar lo que decía el cantante. Pude confirmar el “fanatismo desmedido”, y es ahí donde me incluyo, del público argentino por el cantautor español.

A casi una hora, los chistes, el acting y los acordes de Antonio García de Diego y Panchito Varona eran la prueba de sonido. Un “¡Que te grita el escenario ven!” resumía el tarareo de temas y la ansiedad por que comience el show.

Era diciembre, pero como si fuera un vals, seguíamos buscando el mes de abril. Junto con "Aves de paso", el maestro de la impostura sacó a relucir su talento.

Guitarra y rock and roll. El mejor dotado de los conductores suicidas nos llevaba a un callejón sin salida. Clima futbolero. Como si estuviera en un súper clásico. No parábamos de saltar y agitar remeras. “Despacio, despacio, no salten mucho”. Nosotros tan jóvenes y él tan viejo. Like a Rolling Stone.

En una especie de intervalo Antonio nos decía que “Esa boca era suya”. Nosotros ya la habíamos hecho nuestra. No era Olgita, sino Helen la que hacía los coros y la que con él nos llevó camino a un bar. Ella que sin embargo lo quería. Él con su whisky on the rock y sus peces de hielo. Nosotros acompañando su voz. Los tres cantando, casi sin aliento “Y sin embargo”.

Cada encendedor era una estrella que iluminó por completo aquel cielo gris y nublado. Nos alejábamos de “Calle Melancolía” y nos acercábamos al “barrio de la Alegría”.

A mitad del show hubo “mucho, mucho ruido”, pero aunque “Se llame soledad” no quiso hacernos chantaje, solo quiso regalarnos una canción. Y nosotros seguimos acompañando su voz, cerrando los ojos para cantar “Contigo”.

Cuanto amor, cuanta poesía, cuanto verso, cuanta canción hay en “La orilla de la chimenea”.

Sorpresa, asombro, fascinación y extrañeza nos invadió cuando su “Enemigo Íntimo”, el del bla bla bla, cantó con él aunque llueva sobre mojado.

Y después rock and roll. Porque elegimos entre todas las vidas “la del Pirata cojo”. El estadio era un barco que tenía por bandera un par de tibias y una calavera.

Era increíble ser la "Princesa". Abrazados con amigos, éramos, todos, juez y parte de sus andanzas.

Entre tanto, el corazón no paraba de latir. Era agitación. Era excitación. Era emoción. Negra noche maquillada como un maniquí. Y él cantaba que había tardado en olvidarla “19 días y 500 noches”. Y nos contagiaba de ese perfume popular de los himnos tribuneros con “Dieguitos y Mafaldas”.

Mágico. Elevado. Mejor que una “Noche de boda”, casi como una luna de miel. La Bombonera se vino abajo. La Bombonera cantó más que nunca, latió más que nunca.

Él nos daba “las diez y las once, las doce y la una, las dos y las tres”. Ese era el último tema.

Más que un punto y aparte era un "punto y seguido", porque sin él, pero con un tema suyo de fondo, nos fuimos cantando del estadio.

Un verdadero recital. Un visitante que siempre fue local. Un atiborrado cajón de éxitos que sacó a relucir. Una cancha de Boca loca por su canción, por su emoción, por su aspereza. Un "hombre de traje gris" que nos enseñó sus tratados filosóficos sobre el amor, la calle, la noche y la soledad. Un poeta burlón. Un me sobran los motivos para volverlo a ver. Un “Pongamos que hablo de Joaquín”.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...