martes, 24 de abril de 2007

Lectura Colectiva

Leer en los colectivos es un hábito riesgoso. En primer lugar para la vista, sobre todo cuando son esas ediciones baratas de letra chiquita en páginas diminutas. Pero también es peligroso porque en cierta forma el libro, al igual que el colectivo, te transporta.

El libro funciona como una maquina extraña e impredecible. En cada libro, se narran historias y en esas historias, se especifique o no, los personajes atraviesan puertas. Las puertas son a veces reales, a veces imaginarias y a veces metafóricas. Cada vez que alguien ingresa a un colectivo con un libro bajo el brazo se funde con el personaje y penetra con él a la trama del libro.

Así la puerta de ascenso de un colectivo de la línea 44 en Caballito, se transforma en un pasillo obscuro que desciende hasta llegar a un más oscuro baño. Te ponés a mear y cuatro sombras más bajan al sótano. No te movés. Escuchás un intercambio de palabras en voz baja. Esperás algo y no sabés que. De alguna manera sabés que en el bar que hay arriba hiciste algo que no debías. Algo capaz de molestar a alguien que tiene mucho poder. Poder para mandarte a sus guardaespaldas a seguirte hasta el inmundo sótano donde queda el baño del bar.

Casi terminas de mear y llega. Un botellazo en el medio de la nuca. Los vidrios saltan por todos lados. No te movés. Sabés que no te podés mover porque te van a matar. Terminás de mear, te abrochás el pantalón y silbás. Sabés que ellos no saben que hacer.

Pasas entremedio de los cuatro guardaespaldas y subís la escalera, sentís un filo hilo de sangre que pasa por tu cuello y atravesás la puerta. Es de día, estás enfrente del cementerio de la Chacarita. El colectivo se aleja. La cerveza de la noche anterior todavía da vueltas en tu cabeza. Te pasás la mano por la nuca para aliviar el dolor y empezás a caminar.

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